En una mansión ancestral, envuelta en la neblina de la medianoche, se alzaba la sombra figura del conde Elric. Su alma, atormentada por oscuros secretos, vagaba sin descanso entre los pasillos lúgubres y las habitaciones repletas de misterio.
Los candelabros de plata arrojaban titilantes destellos sobre las paredes cubiertas de terciopelo carmesí, donde retratos de antepasados miraban con ojos vacíos y helados. El silencio era opresivo, solo roto por el aullido del viento que se colaba por las ventanas rotas.
En una habitación olvidada, cubierta de polvo y sombras, yacía el piano de ébano que una vez había sido el deleite del conde. Sus dedos, ahora pálidos como la muerte, solían bailar sobre las teclas con maestría, pero la música había perdido su encanto, ahogada por el peso de los recuerdos atormentadores.
Las noches en la mansión eran interminables, llenas de susurros siniestros y pasos que resonaban en los pasillos. Se decía que el conde había sellado un pacto con las fuerzas oscuras en busca de inmortalidad, pero la inmortalidad había resultado ser una maldición, una prisión eterna en su propio infierno.
Y así, el conde Elric deambulaba eternamente por los rincones góticos de su morada, atrapado en la penumbra de su propia creación, un cuadro viviente de desesperación y tormento, en un mundo donde el tiempo y la cordura se habían perdido para siempre.
En el silencio sepulcral de la mansión en ruinas, las sombras se alzaban como espectros del pasado. Los murmullos del viento, cargados de secretos olvidados, llenaban el aire con un lamento incesante. A lo lejos, un cuervo graznaba, su eco resonando como un presagio de desdicha.
En el rincón más oscuro de la habitación, una vela parpadeaba débilmente, luchando por mantenerse viva en medio de la negra que la rodeaba. Su luz apenas iluminaba el retrato de una dama, cuyos ojos parecían seguirte con una mirada de tristeza eterna.
Los pasos resonaban en el pasillo vacío, como si alguien invisible deambulara sin rumbo fijo. El eco de los recuerdos atormentados persistía en cada esquina, como cadenas que aprisionaban a quienes habían vivido y sufrido en este lugar.
En la penumbra, el tiempo parecía detenerse, atrapando a aquellos que se aventuraban a adentrarse en esta casa maldita. Los susurros del pasado y los fantasmas de los que ya no estaban se mezclaban en un coro de desesperación.
Así, en la quietud de la noche, esta mansión olvidada se convertía en el escenario de una tragedia eterna, donde los suspiros de los condenados resonaban como un eco de angustia en las almas intrépidas que osaban cruzar su umbral.
UR : Sep 2023